lunes, 27 de mayo de 2019

Aaarmoníaaaa....

Armoníaaaa.... armoníaaaa.... Después de muchas semanas sin poder (ni querer, ni tener ánimo de) hacer yoga, esta tarde he vuelto a hacerlo. Puede que no haya sido el tiempo ni con la intensidad deseables, pero lo he hecho. Eso es lo importante.

Temía que, después del tiempo transcurrido, mi cuerpo decidiese tomarse la revancha y vengarse como el Conde de MonteCristo en forma de dolores y calambres, pero mi cuerpo pareció inclinarse por el lado de perdón (y por el lado izquierdo, que siempre tengo peor equilibrio en ese), y no sólo no hubo vengativos dolores, sino que me agradeció las atenciones prestadas en forma de ligereza, respiración ordenada y un poquito de calma, que buena falta me iba haciendo ya.

Mientras hacía una de las posturas de suelo, tirada en mi terraza boca arriba, miraba los pájaros que atraviesan el cielo colmenareño y por lo tanto, el espacio aéreo de mi terraza. Uno de ellos se quedó parado en el aire varios segundos, y admito que tuve miedo de que decidiera hacer "sus cosas" JUSTITO encima de mí (no sería la primera vez que la vida, real o metafóricamente, me prepara una de esas bromitas. Un día, tenemos que discutir sobre su sentido del humor. En su hígado. Con unas tijeras de podar). Pero no. Se limitó a quedarse allí, sobre mí, mostrándome su vientre blanquísimo, con toda la tranquilidad del mundo.



Me di cuenta que, desde su punto de vista, yo también estaba mostrándole mi vientre, indefensa. Pero por un momento, por un mágico, precioso y delicioso momento, no tuve miedo. Sabía que aquél pájaro no pretendía hacerme ningún daño, ni siquiera para desalojar boñiga. Nada. Simplemente estaba allí, dejándose sostener por el aire, como yo estaba allí, dejándome sostener por un edificio de ladrillos y cemento de varias toneladas, lo que desde luego es mucho más prosaico, pero cuando una tiene alas sólo metafóricas, es a lo que puede aspirar. De todos modos, el pájaro y yo compartimos un momento de paz. De calma. De perfecta quietud. Para alguien que, cuando se da cuenta del paso del tiempo, tiene la sensación de estar cayendo desde un rascacielos, puedo asegurarles que la sensación fue muy, MUY agradable. No, no tanto como lo que están pensando, pero aún así, cerca le anduvo.


domingo, 12 de mayo de 2019

Ataques de ansiedad: cómo actuar si ves a alguien sufrirlo.




    Ya sé que puede ser tentador, creedme, pero NO, ésta, no es la mejor manera de ayudar a un enfermo de ansiedad, aunque lo pueda parecer:


     Bromas aparte, como ansiosa crónica que soy, os diré: la ansiedad tiene cierto componente histérico: NO LA ALIMENTÉIS. Si demostráis a un enfermo de ansiedad que consigue mimitos y que todo el mundo le perdona todo porque tiene ansiedad, estáis fabricando a un enfermo egoísta que usará su ansiedad como un comodín. Eso tampoco quiere decir que nos deis la espalda y nos ignoréis. Se trata de atender en su medida. Pensad en un niño que se ha caído y se ha hecho sangre en la nariz por vez primera: no se va a morir de eso, pero él puede estar muy asustado. 

     Segundo: la ansiedad no tiene lógica, no se la busquéis. A veces, puede desencadenarla un número incómodo de personas, un nivel de ruido o luz que la persona no soporta, o algo físico entendible... pero otras, la puede provocar un olor, una concatenación de recuerdos sobre la que no tenemos control, o algo completamente desconocido. Podemos pasar de la absoluta tranquilidad, a tirarnos del pelo, mecernos y golpearnos. En ese momento, no os pongáis a preguntarnos qué nos pasa, ni pretendáis que hablemos u os expliquemos. No podemos. 

     Tercero: en un ataque de ansiedad, hay enfermos que no soportan ser tocados y prefieren ser dejados solos; respetadlo. Tened en cuenta que durante un ataque es probable que lloremos, basqueemos (demos arcadas) o nos golpeemos. Ya resulta bastante incómodo como para permitir que alguien lo vea y que seamos la comidilla de toda la familia/reunión de vecinos, etc. Si un enfermo de ansiedad te permite que te quedes junto a él durante un ataque, puedes estar seguro de que te aprecia.

      Cuarto: si el enfermo te permite permanecer a su lado, no te asustes. Ya tenemos nosotros miedo por siete, por favor, conserva la calma. Salvo casos muy extremos, no nos vamos a morder la lengua ni a morirnos. Lo mejor que puedes hacer, es abrir ventanas o crear aire de otro modo, eso suele aliviarnos. Procura que te miremos a los ojos y háblanos. No importa de qué, cuanto más trivial sea el tema, mejor, y si te dejamos cogernos las manos, mejor aún. No te preocupes si lloramos a chorro limpio, balbuceamos como idiotas o pateamos el suelo: todo será normal. 

     Quinto: intenta evitar que nos lesionemos. Por eso, tomar de las manos es buena idea. Durante un ataque de ansiedad, yo me he arrancado de cuajo mechones de pelo, me he golpeado con un rodillo de cocina, he pegado puñetazos a las paredes, a la barandilla de la terraza, he mordido trapos y pañuelos hasta destrozarlos, me he dado golpes en el esternón, me he arañado la cara y aún me dejo burradas. La sensación de pérdida de control es tan elevada, que a veces sólo mediante el dolor logras hacerte a la idea de que estás AHÍ y consigues respirar. En ese tipo de casos, yo hubiera dado algo por que alguien me agarrara por la espalda y me apretara, y respirara conmigo. De acuerdo que para esos casos, ya hace falta alguien fuerte, pero por norma general, los enfermos de ansiedad somos pacíficos con los demás; la agresividad la pagamos con nosotros mismos. 

     Sexto: la voz humana es un calmante estupendo. Como decía más arriba, da igual de qué hables, y con frecuencia mejor cuanto más trivial sea el tema. Si te vemos calmado a ti, si tú eres capaz de transmitir calma, nos tranquilizaremos mucho más deprisa. 

     Séptimo: generalmente, un enfermo de ansiedad suele tener medicación en casa para cuando las crisis se ponen demasiado tontas. No es algo que nos guste tomar, pero que sabemos que puede ser un buen recurso cuando hace falta. Yo hasta las llevo en la cartera o me las echo al bolsillo del abrigo, y simplemente saber que están ahí, me tranquiliza. Mis amigos saben que las llevo y saben dónde las llevo. En caso de necesidad, pueden meterme una bajo la lengua; el efecto no es instantáneo, pero sí bastante rápido. 

    Octavo. si todo lo demás falla, no tengas miedo de llamar a Emergencias.