viernes, 6 de septiembre de 2019

Torturando perritos indefensos.


      ¿Soy una torturadora de perritos indefensos o soy muy buena ciudadana? En serio, no lo sé, y me gustaría que alguien me lo aclarase, porque eso de la introspección se me da muy bien, sí, pero yo no llego a conclusiones, yo me pierdo por los recovecos de mi mente sin resolver nada. 

    Verán, resulta que me encantan los perros, y hoy estaba caminando por la calle (órdenes estrictas del médico: yo no salgo de casa si no es por prescripción facultativa, vamos, hombre...), y -como es natural- llevaba los auriculares puestos, cuando, al pasar por un chalecito, un ladrido espantoso atronó las calles. Como llevaba la música a todo trapo, éste llegó a mis oídos muy atenuado y ese sobresalto que me ahorré, pero me percaté de que el perro, un pastor alemán bastante grande, se refería a mí. 

    Imagínense mi estupor. Aquél innoble cánido presumía que yo tenía intenciones aviesas para con él o su hogar. ¡Me tomó por una vulgar delincuente! ¡A mí! ¡Oh! ¡Qué indignación recorrió mi espíritu, qué... qué humillación tomó mi alma! ¿Cómo se atrevía ese montón de pelusa a prejuzgarme así? Mientras el chucho asomaba la cabeza sobre la valla del chalecito y ladraba sin parar que parecía que le iba a dar algo, pensé que era una lástima que la Naturaleza no me hubiera dotado de genitales externos y sí de un elevado sentido de la higiene y de la educación, porque con algo de lo primero y mucho menos de lo segundo, me hubiera orinado en la puerta del chucho, sólo por fastidiarle. Pero en lugar de eso, hice algo mejor. 

   Me alejé un par de pasos, me aclaré suavemente la garganta , y con mi mejor vocecita melodiosa, musité con mimo: "miaaaaaaaaaaaaaau....". Para qué queríamos más. Si mi interlocutor canino ya parecía al borde de la histeria, ahora directamente se dejó deslizar y se revolcó en ella con toda su esquizofrenia perruna, salpicando de babas el murete exterior de la casa y haciendo ímprobos esfuerzos por saltar la valla que le separaba de su -ahora sí- provocadora, que le dedicaba sonrisitas sardónicas y gestos groseros desde la tranquilidad del otro lado de la calle. 

    Proseguí mi camino, y admito que me sentí un poco culpable. A fin de cuentas, el chucho sólo hacía su trabajo, y estaba claro que un ser que reaccionaba con esa agresividad, no podía estar muy equilibrado mentalmente; quizá era uno de aquellos pobres perros a quienes sus amos mantienen en soledad horas y horas, y sólo los sacan a dar un corto paseíto por la mañana y por la noche... Generalmente, los animales, suelen caerme bastante mejor que las personas. En ese punto de la reflexión estaba, cuando vi a un autobús subir la cuesta que yo bajaba, y a un señor correr hacia la parada. 

    Me di perfecta cuenta de que mi convecino no iba a alcanzar la parada antes de que el chófer pasase por ella, de modo que extendí la mano y di el alto al autobús para que se detuviera. El señor me agredeció con la mirada lo que sus labios no podían expresar por haber ido corriendo cuesta arriba, y yo hice una pequeña inclinación de cabeza en señal de reconocimiento. Y el cómo tres personas puedan entenderse tan bien sin necesidad de pronunciar una sola palabra, lo trataremos otro día, porque yo me quedé ahora con dudas existenciales sobre mi personalidad. Los animales suelen gustarme más que las personas, y sin embargo yo había importunado a un honesto perro guardián con maullidos, sólo porque este me había juzgado mal, y después había hecho un favor a un perfecto desconocido... ¿soy mala persona, o soy buena persona? ¿Soy una horrenda torturadora de perritos indefensos, o una buena vecina? 

    ¿Ven por qué no me gusta salir a la calle? ¡Me provoca exceso de revoltijo mental! 


Perritos que no se sabe si necesitan un adiestrador, o un exorcista. 

martes, 2 de julio de 2019

PORQUÉ A DITA NO PUEDE SALVARLA SUPERMAN.




     No, no es que yo esté hecha de kriptonita, se trata de todo un cúmulo de factores. Verán, resulta que estaba haciendo callar a mi cerebro con un poco de cine clásico y la cinta elegida fue la primera entrega de Superman, largometraje que hoy puede resultar algo ingenuo, pero sigue cumpliendo su frase promocional: “creerás que un hombre puede volar”. En cierto momento de la proyección, la periodista Loise Lane queda colgada de un helicóptero y, después de unos dramáticos momentos de tensión, la mujer cae al vacío. Y en ese preciso instante, llega Superman y la toma en sus brazos al vuelo.

     Esa parte de mí que aún se defiende de mi cinismo con uñas y dientes y a la que le encantan el punto de cruz y Hello Kitty, pensó “¿no sería emocionante eso de que Superman me tomase en sus brazoooooooos…?”

NO. Y ahora vamos a ver porqué.

     En primer lugar, la Lane se monta en un helicóptero a cuerpo gentil. Y oye, yo respeto muchísimo que ella lo haga si le place, pero yo no me subo ni a unos tacones sin ponerme antes paracaídas y firmar un seguro de vida. Para subirme a un helicóptero, su presumida servidora necesitaría dos paracaídas (no, no es que esté tan gorda, es para ponerme uno por delante y otro por detrás, por si acaso falla uno), un casco, un buen par de alas a la espalda y dos almohadones en el trasero. De modo que, caso de producirse el accidente, para cuando quiera llegar Superman, Dita ya está planeando suavemente mecida por alguno de los paracaídas. Y probablemente con los ojos más cerrados que una caja fuerte y cantando la Canción de las Niñas de Pesadilla en Elm Street, que es una de esas cosas que me ayudan a superar un poco los miedos.

     Segundo: vamos a suponer que mis paracaídas fallan y Superman me recoge. A ver… no sé ustedes, pero yo estoy cayendo de un rascacielos, llega alguien a tomarme en sus brazos, y yo me le agarro con tan desesperación que ya puede ser todo lo super que quiera que, como poco, dos costillas rotas se las lleva. Como épico, no quedaría nada épico, pero de paso que se olvide de frasecitas guays “oh, no se preocupe, yo la sujeto”, porque se habría quedado con menos aire que un salvaslip.

     Tercero: y probablemente más importante. A mí los estados de nerviosismo me dan por el ridículo y me entra la risa floja. Si yo estoy a punto de caer de un edificio como una castaña (y darme el castañazo. ¿Lo cogen? Castaña, castañazo… ¡NO! ¡Otra vez al manicomio, nooooooo!), y me recoge en sus brazos un hombre volador con un pijama del Barça que, no contento con agarrarme a mí, agarra también el helicóptero como el que coge un lápiz al vuelo, no sería capaz de aguantar la situación sin soltar alguna ditada estilo… “sí, sí, un helicóptero, pase, pero ya quisiera verle yo levantar el carrito de la compra cuando lo trae lleno mi madre”, o “oiga, moreno, ¿y como cuántos petisuises le daban a usted de niño?”. Que, fuera coñas, yo una vez que vi en una peli que un pelo de Superman sostenía una viga, pensé “mal lo tiene que pasar su peluquero para hacerle el ricito, ¿se lo hará con el rodillo de una rotativa, o con las orugas de un tanque…?”

      Claro, le suelto semejante chorrada a Superman y, con toda la razón del mundo, me dirá “mire, señora, mi deber es velar por el bienestar de la Humanidad, así que, en beneficio de la misma, lo mejor es dejar que se estrelle”, y ¡PLCHOF! Dita acaba con sus chistes malos definitivamente.
   

     Queda entonces demostrado que, si alguna vez me ven colgando en el vacío de un helicóptero, o cayéndome por las cataratas del Niágara o algo semejante, llamen a la policía, a los bomberos, o hasta a Lex Luthor. Pero NO llamen a Superman.




domingo, 9 de junio de 2019

Yo soy gilipollas.

Hoy, en "Yo soy gilipollas, cosa que me da lo mismo, porque sólo soy gilipollas de lunes a viernes, los sábados y los domingos" (gracias, Mojinos Escozíos): me encontré un bulto rojo en el pecho.

     El pasado viernes me dirigí a hacer mis abluciones (vamos, que me iba a duchar), cuando, al quitarme la camiseta de Loquillo con la que protegía mi cuerpecito serrano, en el espejo de la ducha vi algo horroroso: tenía un bulto visible y rojizo en el pecho izquierdo, y me picaba muchísimo. Padeciendo de ansiedad crónica como padezco, os dejo imaginar el bonito ataque que sufrí, y la llantina inmediata que me dio. Como un cuarto de hora más tarde, después de que mi desayuno hubiese hecho el camino inverso y yo casi me deshidratara llorando en recuerdo de la persona con la que compartí la matriz y que nos dejó víctima de eso que en los periódicos dan por llamar "una larga enfermedad", una voceciiiiita en mi cabeza pareció llamar a la puerta de mi aturdida consciencia y ésta, muy educada, le permitió pasar.

    "Buenos días, Dita de mi corazón", dijo la vocecita. "¿Recuerdas que tú duermes sin camiseta, con las ventanas abiertas, que es verano y que, durante tu irregular y poco satisfactorio sueño nocturno, te hacen brincar como un perro de caza muchas cosas y una de ellas, es el irritante soniquete del vuelo de los mosquitos....?". Ahí me sacudí un guantazo en la frente estilo Colombo, y decidí esperar antes de hacer mi testamento y legar todos mis bienes a los gatos sordomudos, como era mi primera decisión.

    Como podréis suponer, el "bulto", para ayer casi había desaparecido. Porque no era tal bulto. Era una estúpida picadura de mosquito vulgaris, ni más ni menos. Sí. Como decía al principio, soy gilipollas. Qué le vamos a hacer, de todo tiene que haber en este mundo.

   Como no puedo poner una foto de mi pecho, porque la censuraría medio internet y me inundaría a  fotopollas el otro medio, pondremos una foto de Rik Mayall para recordarle en el quinto aniversario de su fallecimiento. Un cómico sencillamente genial, y un actorazo de la cabeza a los pies. Nadie puede estar muerto si nos quedan sus poemas.


lunes, 27 de mayo de 2019

Aaarmoníaaaa....

Armoníaaaa.... armoníaaaa.... Después de muchas semanas sin poder (ni querer, ni tener ánimo de) hacer yoga, esta tarde he vuelto a hacerlo. Puede que no haya sido el tiempo ni con la intensidad deseables, pero lo he hecho. Eso es lo importante.

Temía que, después del tiempo transcurrido, mi cuerpo decidiese tomarse la revancha y vengarse como el Conde de MonteCristo en forma de dolores y calambres, pero mi cuerpo pareció inclinarse por el lado de perdón (y por el lado izquierdo, que siempre tengo peor equilibrio en ese), y no sólo no hubo vengativos dolores, sino que me agradeció las atenciones prestadas en forma de ligereza, respiración ordenada y un poquito de calma, que buena falta me iba haciendo ya.

Mientras hacía una de las posturas de suelo, tirada en mi terraza boca arriba, miraba los pájaros que atraviesan el cielo colmenareño y por lo tanto, el espacio aéreo de mi terraza. Uno de ellos se quedó parado en el aire varios segundos, y admito que tuve miedo de que decidiera hacer "sus cosas" JUSTITO encima de mí (no sería la primera vez que la vida, real o metafóricamente, me prepara una de esas bromitas. Un día, tenemos que discutir sobre su sentido del humor. En su hígado. Con unas tijeras de podar). Pero no. Se limitó a quedarse allí, sobre mí, mostrándome su vientre blanquísimo, con toda la tranquilidad del mundo.



Me di cuenta que, desde su punto de vista, yo también estaba mostrándole mi vientre, indefensa. Pero por un momento, por un mágico, precioso y delicioso momento, no tuve miedo. Sabía que aquél pájaro no pretendía hacerme ningún daño, ni siquiera para desalojar boñiga. Nada. Simplemente estaba allí, dejándose sostener por el aire, como yo estaba allí, dejándome sostener por un edificio de ladrillos y cemento de varias toneladas, lo que desde luego es mucho más prosaico, pero cuando una tiene alas sólo metafóricas, es a lo que puede aspirar. De todos modos, el pájaro y yo compartimos un momento de paz. De calma. De perfecta quietud. Para alguien que, cuando se da cuenta del paso del tiempo, tiene la sensación de estar cayendo desde un rascacielos, puedo asegurarles que la sensación fue muy, MUY agradable. No, no tanto como lo que están pensando, pero aún así, cerca le anduvo.


domingo, 12 de mayo de 2019

Ataques de ansiedad: cómo actuar si ves a alguien sufrirlo.




    Ya sé que puede ser tentador, creedme, pero NO, ésta, no es la mejor manera de ayudar a un enfermo de ansiedad, aunque lo pueda parecer:


     Bromas aparte, como ansiosa crónica que soy, os diré: la ansiedad tiene cierto componente histérico: NO LA ALIMENTÉIS. Si demostráis a un enfermo de ansiedad que consigue mimitos y que todo el mundo le perdona todo porque tiene ansiedad, estáis fabricando a un enfermo egoísta que usará su ansiedad como un comodín. Eso tampoco quiere decir que nos deis la espalda y nos ignoréis. Se trata de atender en su medida. Pensad en un niño que se ha caído y se ha hecho sangre en la nariz por vez primera: no se va a morir de eso, pero él puede estar muy asustado. 

     Segundo: la ansiedad no tiene lógica, no se la busquéis. A veces, puede desencadenarla un número incómodo de personas, un nivel de ruido o luz que la persona no soporta, o algo físico entendible... pero otras, la puede provocar un olor, una concatenación de recuerdos sobre la que no tenemos control, o algo completamente desconocido. Podemos pasar de la absoluta tranquilidad, a tirarnos del pelo, mecernos y golpearnos. En ese momento, no os pongáis a preguntarnos qué nos pasa, ni pretendáis que hablemos u os expliquemos. No podemos. 

     Tercero: en un ataque de ansiedad, hay enfermos que no soportan ser tocados y prefieren ser dejados solos; respetadlo. Tened en cuenta que durante un ataque es probable que lloremos, basqueemos (demos arcadas) o nos golpeemos. Ya resulta bastante incómodo como para permitir que alguien lo vea y que seamos la comidilla de toda la familia/reunión de vecinos, etc. Si un enfermo de ansiedad te permite que te quedes junto a él durante un ataque, puedes estar seguro de que te aprecia.

      Cuarto: si el enfermo te permite permanecer a su lado, no te asustes. Ya tenemos nosotros miedo por siete, por favor, conserva la calma. Salvo casos muy extremos, no nos vamos a morder la lengua ni a morirnos. Lo mejor que puedes hacer, es abrir ventanas o crear aire de otro modo, eso suele aliviarnos. Procura que te miremos a los ojos y háblanos. No importa de qué, cuanto más trivial sea el tema, mejor, y si te dejamos cogernos las manos, mejor aún. No te preocupes si lloramos a chorro limpio, balbuceamos como idiotas o pateamos el suelo: todo será normal. 

     Quinto: intenta evitar que nos lesionemos. Por eso, tomar de las manos es buena idea. Durante un ataque de ansiedad, yo me he arrancado de cuajo mechones de pelo, me he golpeado con un rodillo de cocina, he pegado puñetazos a las paredes, a la barandilla de la terraza, he mordido trapos y pañuelos hasta destrozarlos, me he dado golpes en el esternón, me he arañado la cara y aún me dejo burradas. La sensación de pérdida de control es tan elevada, que a veces sólo mediante el dolor logras hacerte a la idea de que estás AHÍ y consigues respirar. En ese tipo de casos, yo hubiera dado algo por que alguien me agarrara por la espalda y me apretara, y respirara conmigo. De acuerdo que para esos casos, ya hace falta alguien fuerte, pero por norma general, los enfermos de ansiedad somos pacíficos con los demás; la agresividad la pagamos con nosotros mismos. 

     Sexto: la voz humana es un calmante estupendo. Como decía más arriba, da igual de qué hables, y con frecuencia mejor cuanto más trivial sea el tema. Si te vemos calmado a ti, si tú eres capaz de transmitir calma, nos tranquilizaremos mucho más deprisa. 

     Séptimo: generalmente, un enfermo de ansiedad suele tener medicación en casa para cuando las crisis se ponen demasiado tontas. No es algo que nos guste tomar, pero que sabemos que puede ser un buen recurso cuando hace falta. Yo hasta las llevo en la cartera o me las echo al bolsillo del abrigo, y simplemente saber que están ahí, me tranquiliza. Mis amigos saben que las llevo y saben dónde las llevo. En caso de necesidad, pueden meterme una bajo la lengua; el efecto no es instantáneo, pero sí bastante rápido. 

    Octavo. si todo lo demás falla, no tengas miedo de llamar a Emergencias.

lunes, 22 de abril de 2019

Escritor no es un empleo a horas.


    Volvía del curro a mi casita, cuando la vi. Una niña preciosa, no tendría ni veinte años. Rubia, con la melena llena de rizos dorados, una carita de muñeca lindísima y los labios pintados de rojo tan intenso que parecía una vampiresa recién alimentada. Y tenía los ojos brillantes y la cara muy elevada, como si hiciera esfuerzos por no llorar. Caminaba hacia mí (o yo hacia ella, depende del punto de vista), y por lo que me fijé, era exactamente eso: su mandíbula apretada, sus ojos fijos en el horizonte, todo delataba que no quería llorar. Le habían dado un buen palo, pero ella no iba a permitir que le afectara, fuera lo que fuera. Las lágrimas no se habían escrito para ella. Al momento, ya tenía la historia completa. 

Más adelante, ya en el tren, un hombre de edad avanzada miraba sonriente su teléfono. Quizá le habían enviado fotos de los nietos, pero también podría ser que tuviera una conversación picante con una señora. ¿Y por qué no las dos cosas a la vez, y que se confundiera accidentalmente, y que así su hijo se enterase de que su padre, viudo, sigue teniendo vida sexual y quizá más animada que la suya? En un momento, ya tenía la historia completa. 

Ya llegando a casa, me saludó una flor. Era tan bonita que le pedí permiso para sacarle una foto. La flor, que ya se sabe que son de naturaleza amable, aceptó encantada y me permitió sacarle los colores. En foto, claro. Mientras tanto, un grupo de adolescentes pasó junto a mí, cuatro chicos y una chica, que iba colgada de los hombros de uno de los chicos. Él se daba pisto, pero ella le miraba como un náufrago a un chaleco salvavidas. Tras la pareja, uno de los chicos miraba a la chica con ojos de oveja atragantada. Pobre admirador en la sombra de una chica que ni sabe que existe. De nuevo, en un momento, ya tenía la historia completa. 

Ser escritor no es un empleo a horas, a tiempo parcial. Ser escritor te ocupa todos los momentos de tu vida, y tú ni te das cuenta. Sencillamente, tu cerebro trabaja sin descanso y te manda información e historias sin pararse ni para bostezar. A veces puede ser agotador, pero tiene la ventaja de que uno no se aburre nunca. 

Esta era la flor: