lunes, 2 de enero de 2017

Eso de escribir, y yo.

Verán, la cosa es así: uno no se levanta una mañana y dice “me gustaría ser escritor, quiero ser escritor”. No. Más bien llega un día en que tu cerebro te pega una colleja y te dice “¡eh, cretino, despierta! ¡Coge el lápiz y ponte a escribir!”. El que uno no sepa acerca de qué escribir, el que esté comiendo, durmiendo, trabajando o hasta con otra persona (no vayan a pensar mal, todo fue consentido y teníamos palabra de detención, ¿fue culpa mía que no la usara?), eso al cerebro no le importa. Él te manda escribir y tú tienes que hacerlo, no hay más.

     En mi caso, todo empezó una bonita tarde de primavera en la que yo me encontraba aprovechando la luz solar para quedarme metida en casa leyendo, porque cuando usas la lectura como otros la cocaína, eso de pasarse las tardes al aire libre, salir de merienda o “la primavera” en general, es algo que sólo te sucede leyendo, y te enteras de lo bonita que es leyendo sobre ella, porque a la sazón yo tenía mi cuarto en una habitación interior, por cuya ventana el sol tenía que descolgarse poco menos que a lo “Misión Imposible”, de modo que la única vista que mi cuarto me ofrecía eran las cuerdas de tender la ropa y la pared blanca del patio. También estaba la ventana del piso de enfrente, pero siempre tenían los visillos echados y no era divertido mirarla.

     Bien, allí estaba yo encenagada con alguno de mis libros cuando el ordenador de sobremesa que llevaba poco tiempo en casa, llamó mi atención en relación al alivio de ciertas necesidades naturales que sufrimos todos los solteros (y según me consta, también buena parte de los casados). Si les digo que usé internet, seguro que no precisan más detalles escabrosos. Y si sí los precisan, permítanme decirles que hablan con la autora correcta, pero se encuentran en el libro equivocado. En aquella tarde, me lancé a buscar cuentos o relatos cuya temática concordase con mis deseos, y tuve a la vez la suerte y la desgracia de encontrarlo. La suerte, porque era lo que pretendía, y la desgracia porque eran lo más pésimo que hubiera podido leer jamás, al punto que anularon el deseo principal para activar otro secundario. Visto así, quizá no hubo fortuna alguna y todo fue por desgracia, dado que ese deseo secundario fue el de escribir. Con exactitud, mi proceso mental fue como sigue:

     -¡Qué basura! ¡Hasta yo podría hacer algo mejor! ...¿He dicho “hasta yo podría hacer algo mejor”?

    Y ahí empezó mi calvario. Porque uno piensa en ser escritor, y le vienen a la mente imágenes de señores con barba y una pipa en la boca, que escriben a máquina dentro de una preciosa casa de campo situada en algún lugar donde siempre es otoño y afuera llueve… Pero ya les digo yo que no. Ser escritor, es que no te dé más luz que la del monitor. Es estar en el trabajo y, mientras tus compañeros navegan por internet para leer periódicos y jugar al archimaldito juego ese de romper caramelitos (¡y que no me mandéis más invitaciones, coñe ya!) tú te abres el correo y escribes (para mandártelo a ti mismo sin usar el word del curro). Mientras ellos hablan de política, deportes, horóscopos y esas cosas que componen unas seis de cada ocho horas en el trabajo, tú escribes. De vez en cuando – en especial si te hacen una pregunta directa que no puedes esquivar – das alguna contestación suelta, aunque lo más común es que simplemente asientas o niegues con la cabeza o des algún gruñido estilo “uhum”, expresión muy socorrida porque siempre significa lo que tu interlocutor desea oír, y así tú puedes seguir tecleando. Y como nadie lee jamás lo que estás escribiendo, todo el mundo piensa que está relacionado con el trabajo, y te cuelgan el sambenito de pelotillero.

     Escribir es tener que levantarse a las seis de la mañana cuando te has acostado a las tres. ¿Haciendo qué…? ¡Escribiendo! Y esto es algo que yo se lo cuento a ustedes porque sé que son gente discreta, pero créanme que no es algo que se pueda decir así, alegremente. Quiero decir, uno duerme tres horas porque ha estado de bares con los amigotes o viendo el partido en diferido (diversiones ambas inocentes y saludables, y que yo apoyo por completo, en especial si se practican con moderación. Sobre todo la del fútbol en diferido, que puede perjudicar la salud – de tus allegados – cuando lo ves a sabiendas de que tu equipo ha perdido, cosa que hace el masoca de mi santo padre), y todo está perfecto. Pero… tu di que has trasnochado por estar escribiendo cuentos eróticos, o críticas de cine, o Caramelos Negros, tú dilo… Cultureta, snob o gafapasta, será lo más suave que te llamen. No hay comprensión alguna hacia el escritor, no hay empatía, la gente se piensa que uno lo hace por gusto, no se quieren dar cuenta de que es una enfermedad.

     Sí, sí, he dicho “enfermedad”. Llevo muchos años dándole a las teclas y contribuyendo al genocidio de muchos árboles inocentes como para no darme cuenta de que soy una maldita enferma. El lápiz es más fuerte que yo, y no digamos el teclado (que la mano se cansa mucho menos, no hace callos en los dedos y no corre uno el peligro de que algún desaprensivo se lleve el sacapuntas sin avisar. Si no llegué al extremo de abrirme las venas y escribir con mi propia sangre, fue porque se me ocurrió afilar el lápiz con el cuchillo jamonero. “¡Que te vas a llevar una manoooo!”, me gritó mi madre, pero le dije que no había peligro, que yo estaba en esas cosas… Sostenía el lápiz con la mano izquierda; si ocurría algún percance, mi mano de escribir, la derecha, estaba a salvo. Pero mi madre, por esas obsesiones que tienen las madres con que nos podamos hacer el menor rasguñito, se mostró radicalmente contraria a la abrumadora lógica de mi razonamiento). Eso sí, tiene la ventaja de que uno no se aburre nunca, porque su cerebro se pasa hablándole todo el día. Aunque, claro está, también tiene algunos inconvenientes…

    1) Siempre que sales de casa, cargas con un cuaderno y un lápiz, de modo que los bolsos que compras, los eliges por criterio de capacidad y durabilidad, nunca de estética, y acabas optando por la versátil mochila. La pega es que nunca está de moda, y salir a una boda con un traje largo, tacones de quince centímetros y mochila, pueden creerme: no pega nada. No, coserle lazos y lentejuelas a la mochila, tampoco mejoró el conjunto, pero le proporcionó a mi familia muchos ratos hilarantes mirando las fotos en las tardes de lluvia.

    2) Por un extraño azar, las mejores ocurrencias SIEMPRE tomarán tu cerebro al asalto cuando NO lleves papel y lápiz a mano. Te bajas el domingo a por el pan, son dos minutos, ¿qué puede pasar..? Bueno, pues puede pasar el equivalente a todo el argumento de Guerra y paz, y tú allí, en la calle, desarmada, indefensa, ¡nunca hay una papelería de guardia cuando hace falta! Eh, pero ahí hay unos niños jugando con tizas de colores. Quizá… ¡Sí! Uno de ellos te presta una. Gris. Pequeño bastardo. Pero en fin, suficiente, y te tiras a escribir en la acera mientras rezas porque no se ponga a llover justo ahora. Afortunadamente, la acera es de grandes losas cuadradas y te da para escribir tu idea, algo es algo, aunque también te sirva de lección para no volver a salir de casa sin recado de escribir: ni mi madre, ni el Ayuntamiento, ni mi pobre espalda, permiten que me lleve más baldosas de aceras a mi casa.

3) Necesitas dos cerebros para seguir una conversación. Uno, para escuchar y contestar a tu interlocutor, y otro para mirar atentamente el suelo e imaginar la conversación que mantendrían dos pelusas del polvo, o hacerte apasionantes preguntas sin respuesta, como...”Si las pelusas están formadas por un cabello al que se adhieren partículas de polvo y por tanto, necesitan forzosamente un cabello para existir, ¿eso significa que Kojak no tendrá nunca pelusas en su casa…?” En mi caso, como tengo más personalidades que santos un calendario, eso de mantener dos cerebros no es complicado. La pega es que sólo tengo una boca, y de vez en cuando me sucede que habla por ella el cerebro que no es, y cuando me preguntan que qué opino de que la Susanita lo haya dejado con su novio, que es ingeniero y tan buen chico, sin querer contesto algo como: “Qué hermosa es la luna… Es un gran dólar de plata lanzado al aire por Dios. Y cayó sobre la cara mala. Así que Dios creó el mundo”* Claro está, mi pobre interlocutor, como poco, da un paso hacia atrás. Mis pobres amigos están hartos de explicar que aún no he bebido nada, y que (tampoco aún) he matado a nadie.

4) Las plumas son traicioneras. Esto es algo que ya sabía desde el instituto, pero siempre viene bien recordarlo, sobre todo para mí, que a veces mi memoria puede parecerse sospechosamente a un queso de gruyère. Verán: las plumas son una delicia para escribir con ellas; suaves, deslizantes, de trazo fino y delicado… Llenas de encanto tanto si son de cartucho intercambiable, como si son plumas propiamente dichas y tiene uno que mojarlas en el tintero cada poco rato. Salvando su extraña manía de suicidarse yendo a caer siempre de punta, son un extraordinario complemento de escritorio. Mientras uno recuerde mantenerlas alejadas de los visillos, y de sus propios codos. Resulta que uno saca un cuaderno, su pluma, y se pone a escribir con ella. Hasta ahí todo normal, hasta que llega un momento en que uno suelta la pluma para beber esa cocacola que se puso hace dos horas y que ya ha perdido todo el gas, o ese té que lleva muerto de asco el mismo tiempo, que se ha quedado helado que te tomas de un trago porque te da pena tirarlo… El caso es que en ese lapso de tiempo en que uno se distrae y piensa unos momentos en cómo continuar la descripción sin poner más de dos adverbios, he aquí que baja la vista y descubre que su visillo blanco, ha dejado de serlo. Al menos, por el lado de abajo. Ahora luce un enorme lunar del tamaño del culo de un vaso de Nocilla, de un primoroso color azul. Y la pregunta es… “¿Froto el visillo con alcohol, me pongo perdida de tinta y dejo el cuarto oliendo como la consulta de un practicante, u opto por terminar de decorarla?” Mi cortina “101 Dálmatas”, nunca fue un gran éxito. Quizá debí haber usado tinta negra, y no azul.

5) Ésta razón sólo está disponible en jueves.


*Arkham Assylum, habla DosCaras. 

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